Son el cine y la historieta artes hermanas, que comparten no sólo orígenes de mestizaje y bastardía varía, sino un lugar y una época común en la que alcanzan su forma definitiva. Artes que han generado lenguajes considerados lógicamente como la base de la cultura visual que nos envuelve, pero que han seguido caminos muy dispares que no han evitado el traspaso y el préstamo continuado. Pero por muchas que sean las coincidencias, por mucho que se quieran relacionar, sus lenguajes son radicalmente distintos. En el cine, es la tiranía del autor la que domina al espectador, que debe someterse al ritmo que aquél marca. En la historieta, el autor siempre está encadenado a la decisión del lector. Una quiebra entre los dos lenguajes profunda, que muchas veces olvidamos cuando vemos cómo pasan historias de uno a otro medio, lamentándonos de que si tal o cual adaptación no ha “respetado” el tebeo. Y es que, por lo menos hasta hoy, ese trasvase era muy complejo. Cuando ayer fui a ver Sin City, debo reconocer que estaba cargado de prejuicios que hacían, a priori, muy difícil que la película me gustase: ni el tebeo es santo de mi devoción (algo dije ya por aquí), ni Robert Rodríguez me parece un director especialmente dotado (un oficiante brillante, si acaso, pero demasiado emperrado en alargar anécdotas a la categoría de películas demasiado encumbradas). Dos peros cargados de fuerza para mí pero que olvidaban una tercera variable en la ecuación, la presencia de Frank Miller. Un señor que demuestra en esta película que cuando se es un genio, el talento desborda en todo lo que toque. La fortuna hará que el resultado sea mejor o peor, pero la inteligencia y brillantez están ahí. Con todas las objeciones formales (y, sobre todo temáticas) que se le puedan poner a la película, me atrevería a decir que Sin City supone el nacimiento de un nuevo lenguaje, del primer híbrido real entre cine e historieta (no, los dibujos animados no son un híbrido, su lenguaje es el del cine). En Sin City, Miller (y no sé hasta que punto Rodríguez) ha conseguido trasladar el lenguaje de la historieta a la gran pantalla de una manera única y nunca vista hasta ahora. Ang Lee intentó tímidamente hacer en Hulk alguna prueba de este traslado, pero Miller y Rodríguez han ido mucho más allá en un salto al vacío sin red. Si nos olvidamos de la impactante visualidad de la fotografía, del maquillaje y demás parafernalia (que ya existía casi idéntica, excepción hecha del color, en la versión de